Estancos; Los auténticos negocios anticrisis
No es porque lo digamos nosotros pero lo son. En Inverpoint Consulting lo tenemos claro. Los estancos han sido, son y serán los auténticos negocios anticrisis del comercio estatal. Llevan ahí desde el siglo XVII, casi cuatrocientos años que se dice más rápido de lo que transcurren, y gozan de una mala salud de hierro. Es por ello que comprar o vender un estanco siempre es una excelente opción.
En este tiempo los estanqueros, desde detrás del mostrador y amparados por los coloridos e hipnóticos lineales de tabaco de sus estancos, han padecido y superado de todo. Y cuando digo de todo quiero decir de todo. Desde guerras y pandemias hasta pérdidas de imperios, revoluciones, dictaduras, golpes de Estado y crisis económicas de todo pelaje y procedencia. Sin olvidar a su peor enemigo, el contrabando. Todo ello aderezado con el auge, glamourización, caída y persecución del producto que dispensan. Y es que los estancos son una de las instituciones en vigor más antiguas del mundo. Y ahí siguen.
Sin pretender ser exhaustivo creo que ningún producto que se haya perseguido con la saña – por otra parte justificada – con que la que se persigue al tabaco se ha sostenido en el mercado tanto tiempo.
Pero el tabaco, y por extensión los estancos donde se expide, lo han logrado. Ni la prohibición de publicitarlo, ni las pintorescas imágenes disuasorias que adornan los empaquetados de las labores de tabaco y, ni siquiera, las sucesivas normativas que han ido restringiendo y confinando su consumo – ¿podría creerse alguien en los ochenta que su cardiólogo de cabecera no le recibiera en su consulta fumando un cigarrillo al tiempo que le ofrecía otro? – han podido acabar con este hábito. O vicio como lo denominan los más fundamentalistas.
Ya lo dijo Mark Twain. “Nadie se desembaraza de un hábito o de un vicio tirándolo de una vez por la ventana; hay que sacarlo por la escalera, peldaño a peldaño”.
Entiendo que el Estado, abochornado hoy porque su Gobierno ha caído en el timo del tocomocho con los test defectuosos del COVID-19 – ¿engañar como a un chino o que me engañe un chino?-, tuvo en otro momento funcionarios visionarios que vieron en el vicio virtud y anticiparon las posibilidades de ingresos que implicaba el consumo de tabaco.
Si aquellos avispados servidores públicos fueron, por su visión de negocio, los Warren Buffet o los George Soros de la época y monopolizaron una actividad que se convertiría en una fuente inagotable de ingresos para el Estado, los de hoy parecen, y perdón por el símil, el ejército de Pancho Villa dilapidando su paga –nuestros impuestos – en una noche de permiso en la alegre y tumultuosa Chihuahua. Pero esa ya es otra historia.
Efectivamente en 1.636 se perpetuó el estanco del tabaco en Castilla y León, entendido, según R.A.E. como “asiento que se hace para reservar exclusivamente las ventas de mercancías o géneros, fijando los precios a que se hayan de vender”
Con el tiempo se desarrolló la red de expendedurías de tabaco y timbre, los llamados estancos que hoy superan los 10.000 puntos de venta en España, y el Estado asumió la distribución y venta de tabaco como un servicio público. Un servicio público que, como anticiparon aquellos diligentes funcionarios del Siglo de Oro, resultó ser, y sigue siendo, un negocio redondo y estable para las arcas públicas. Debe considerarse que el 80% del precio de una cajetilla de tabaco son impuestos y que en 2.019 se vendieron 11.865 millones de euros en los estancos del país. Más de 9.000 millones del ala para papá Estado. Año tras año.
Y es que, aunque el sector no se encuentre en su mejor momento, en nuestro país fuma el 23,3 % de la población y los consumidores se ha incrementado en un 3,3% desde 2.017. Así las cosas, ni la tormenta perfecta ocasionada por la confluencia de la Ley Antitabaco, que prohibía fumar en bares y restaurantes, ni la crisis económica y el incremento del contrabando que llevó aparejado, han podido con un negocio que remonta en ventas desde 2.016 y que ha cerrado 2.019 con un incremento de ingresos del 2% en relación al ejercicio anterior. Esto en un sector tan maduro y hostigado como este tiene su aquel.
Retomando la reflexión de Mr. Twain diría que parte del secreto de la “resilencia” de los estancos radica en que fumar incide en el contexto del hedonismo humano, en la esfera de sus vicios, placeres y adicciones. Trabajan un público cautivo que, aun privándose de otras cosas, siempre está dispuesto a pagar un poco más por el objeto de su deseo. Ello sin contar con los que se incorporan al hábito demostrando su rebeldía social en el placer prohibido. Ya no son tantos pero siempre habrá jóvenes románticos que gusten de juguetear con su propia finitud.
Favorece, igualmente, la perdurabilidad de los estancos su carácter de servicio público circunstancia que se ha manifestado, nuevamente, durante la crisis sanitaria. Efectivamente, las expendedurías forman parte del selecto grupo de comercios que deben seguir funcionando, incluso, en el estado de alarma. Su servicio resulta esencial. Para pasmo total de nuestra sociedad, que pensaba que las peluquerías, los bares y el fútbol constituían el kit básico de supervivencia del íbero medio, estos negocios han tenido que bajar la persiana en las nuevas circunstancias. Mientras tanto los estanqueros, desde Valladolid hasta Bilbao pasando por Málaga o Barcelona, siguen al pie del cañón trabajando y ganándose el sustento diario durante la pandemia. Incluso pagando su cuota de autónomos sin recurrir a sus ahorros o al préstamo de turno. No es poco en tiempos de incertidumbre.
Cabe preguntarse en que estaban pensando los fumadores, cuando los días previos al inicio del confinamiento, formaban inquietos largas colas ante los estancos ¿Iba a dejar el Estado encerrados en sus casas a sus 11.000.000 de adictos sin su droga? ¿Iba a clausurar su gallina de los huevos de oro? Almas cándidas. El Estado en su decidida voluntad de prestar un servicio público y generarse, de paso, un ingreso imprescindible, más en tiempos de zozobra, seguirá expidiendo tabaco hasta el día del juicio final.
Por si todo esto fuera poco existen más motivos por los que los estancos prestan un servicio público y tienen garantizada su continuidad ad aeternum. No olvidemos que si tradicionalmente irse a comprar tabaco ha sido una de las maneras más socorridas de concluir relaciones sentimentales insatisfactorias actualmente, como no existe “tele estanco dígame”, es uno de los pocos supuestos por los que aún se puede salir a dar un voltio sin ser sancionado.
A mí que el Real Decreto me ha condenado al teletrabajo y no tengo perro y mi mujer no me permite ir al supermercado, por mi tendencia al exceso y la acumulación de productos superfluos, el único motivo que me posibilitaría el anhelado solaz callejero sería acercarme al estanco para comprar tabaco. Pero ya no fumo.
Tal vez debiera recuperar el hábito si esto se alarga mucho más. Así, como lo haría la divina Sara Montiel, podría entonar que fumando espero. El final del confinamiento.